Diego Dolcini |
Este fin de semana he quedado con un cliente lo suficientemente extraño para ser descrito en el blog (y lo de extraño lo digo con todo el respeto, simplemente me sorprendió).
Se puso en contacto conmigo a través del teléfono de contacto que he hecho que circule por ahí en periódicos, webs... y este en concreto me encontró en el periódico, al principio por curiosidad por mi precio y por el concepto de "acompañante".
Como siempre aclaro que mis servicios son de simple acompañante y en una primera cita jamás doy tarifas de sexo ni pistas de que existen, voy a las citas a ciegas algo más aliviada respecto a verme frente a una situación desagradable. Aunque como es lógico todos intuyen que una acompañante es fácil que tienda a "ceder" en cierta circunstancia frente a un billete lila.
El cliente del viernes estaba jubilado y vivía con su hermana, sin embargo tiene un piso bastante bien apañado como picadero. Me dijo que yo era la mujer más sofisticada que había pisado esa casa, y que por lo general una vez a la semana se da una vuelta por ciertas carreteras, o calles, o visita algún local con chicas de alterne. Lo del concepto de acompañante de lujo le pareció muy peliculero al leerlo, pero lo entendió muy bien cuando me vio, esas son sus palabras, y me sentí halagada.
No me contó mucho más de su vida, sólo lo de la hermana y lo de sus "novias" semanales. Pero noté algo, algo que no quería contarme, quizás por vergüenza, algo relacionado con su salud, o quizás era un viejo cascarrabias y gruñón, pero se quejaba de cualquier movimiento, "ay ay ay ay ay", "ay dios mío", "ay", todo esto en gruñidos para sí mismo, sentarse, coger algo de la mesa, sacarse los cigarros del bolsillo.... todo era un "ay".
No hubo sexo en su piso, él tenía en la cocina unos ingredientes y un libro de cocina, nada del otro mundo. Y quería que le cocinara la cena, la verdad es que es la primera vez que me contratan para cocinar, pero vivo sola y sé desenvolverme en la cocina un poco, le hice la cena y cenamos viendo una peli. Me preguntó si no tenía calor, y su mirada decía claramente, quítate la blusa. No me importó cenar en sujetador... después de todo, nadie paga un sueldo de acompañante a una cocinera, fui una chica buena y le complací.
La cena me quedó rica, el cliente no insistió en tener sexo conmigo y me fui a casa en taxi. Lo que más me hizo pensar de ese cliente fue la cantidad de "ays" que dijo para absolutamente todo, era tan delicadito.... me puso nerviosa, hay hombres mayores.... y luego están los viejos, esos son los que hacen "ay ay ay ay".
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