Chanel |
Acabo de tener una discusión con mi hermana, una discusión de esas a la hora de comer con gritos y todo, vamos que hasta le he tirado un mantel a la cara, eso sí un mantel, pero ella me ha llamado maltratadora como si ella fuera el colmo de la paciencia y no me hubiera tirado cosas, en fin. Como ella no se puede defender en este blog, evitaré despotricar.
Cuando una discute con su querida hermana, porque al final es querida y matarías por ella y su bienestar, se siente muy mal, por toda la rabia que sacas y porque ni tú te sientes merecedora de ese trato y tampoco te gusta haber tratado a gritos a una de las personas más importantes de tu vida. Pero entre hermanos las cosas son muy "pasionales" y los momentos buenos son geniales y los malos son el infierno.
Quizás tenga razón en que estoy equivocada en mi modo de ver las cosas, ella no sabe que soy acompañante, pero me acusa de ser egoísta y trepa, además (y sin ánimo de ponerla como una bruja) me ha dicho que moriré sola y triste. Soy acompañante... vamos, una pu*a, con lo cual a los ojos de Dios, de mi hermana y del 99% de la población me quita toda posibilidad de éxito en una discusión de valores y estilo de vida.
Eso también es duro de admitir, pero dije que iba a ser sincera, y todas las de mi calaña tenemos que asumir y afrontar esa realidad, llevamos todas las de perder cuando nos enfrentamos a nuestra propia descripción, en boca de otros o de nuestra boca. ¿Dejar el empleo sería suficiente? La respuesta es no, mi trabajo quizás sea la consecuencia de un problema mental, un trauma o quizás la reacción ante el "apretarse el cinturón" incompatible con mis gustos.
Qué duro es sincerarse y decirse las verdades uno mismo. Cuando te las dice otro, siempre puedes indignarte y pensar en cómo librarte in situ de sus acusaciones, pero desde la introspección y la distancia, las cosas se ven con más humildad.
Espero que estas cosas se conviertan en humo de la risa cuando seamos unas señoras de 40 años.
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